lunes, 8 de febrero de 2010

DIARIO DE UN AMIGO IMAGINARIO. Capítulo 2

- Sole… Soledad…
La voz de Raúl la trajo de vuelta al presente, y sus ojos azules, le hicieron esconder su mirada entre sus apuntes.
- Vamos a tomar unas cervezas aquí al lado…
- No puedo, tengo que estudiar -le cortó tratando de disimular su nerviosismo, guardando desordenadamente folios y bolígrafos en el bolso.
-¡Chica que estudiamos Psicología, no Ingeniería…! -oyó a su espalda, mientras abandonaba la clase a la carrera.
Ya en la calle, todavía con el pulso acelerado, se colocó los auriculares de su teléfono móvil, pero como de costumbre, no apretó ninguna tecla. Los veintidós minutos de trayecto entre la facultad y su piso, prefería hacerlos sólo en compañía de sus pensamientos. Avanzaba con ágiles zancadas y la mirada clavada en el suelo. A veces, cuando se obligaba a levantar la vista, se asombraba al descubrir las fachadas de los edificios, le parecía pasear por una ciudad desconocida, pero de inmediato volvía a clavar la mirada en el suelo, y regresaba a su ciudad, y a sus pensamientos.
Pensaba en su madre. Algo que no hacía nunca. Su madre no había sido más que un par de recuerdos tristes y dolorosos… hasta ayer. La recuerda sentada en un deprimente jardín, con los ojos vidriosos, la mirada perdida, y en silencio. Siempre en silencio. El mismo silencio con el que deshacían en el coche de la Hermana Julia, los pocos kilómetros de regreso al orfanato. Hasta aquel “no voy a volver más”, que no creía haber pronunciado en voz alta, hasta oír la réplica cantarina de la monja “pero chiquita, tu madre está malita y necesita…”, “mi madre no está mala, mi madre está loca”. Recuerda el estridente sonido del claxon del camión, que hizo que la Hermana Julia cambiase el rictus de asombro por el de miedo, y devolviese su atención a la carretera. El siguiente domingo pudo dormir hasta tarde, como el resto de sus compañeras.

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