lunes, 8 de febrero de 2010

POR QUÉ TE VAS


Por qué, por qué te vas,
por qué, por qué te has ido,
por qué, por qué me dejas,
por qué de mí has huido.

¿He sido malo,
acaso cruel?
¿Te he hecho daño?
Por qué, por qué.

Dime una razón,
una solamente,
¡Ay! Estará mi corazón,
más triste que demente.

No, no respondas,
no, ya no hace falta,
que para las penas hondas,
¡también tengo yo otras altas!
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DIARIO DE UN AMIGO IMAGINARIO. Capítulo 2

- Sole… Soledad…
La voz de Raúl la trajo de vuelta al presente, y sus ojos azules, le hicieron esconder su mirada entre sus apuntes.
- Vamos a tomar unas cervezas aquí al lado…
- No puedo, tengo que estudiar -le cortó tratando de disimular su nerviosismo, guardando desordenadamente folios y bolígrafos en el bolso.
-¡Chica que estudiamos Psicología, no Ingeniería…! -oyó a su espalda, mientras abandonaba la clase a la carrera.
Ya en la calle, todavía con el pulso acelerado, se colocó los auriculares de su teléfono móvil, pero como de costumbre, no apretó ninguna tecla. Los veintidós minutos de trayecto entre la facultad y su piso, prefería hacerlos sólo en compañía de sus pensamientos. Avanzaba con ágiles zancadas y la mirada clavada en el suelo. A veces, cuando se obligaba a levantar la vista, se asombraba al descubrir las fachadas de los edificios, le parecía pasear por una ciudad desconocida, pero de inmediato volvía a clavar la mirada en el suelo, y regresaba a su ciudad, y a sus pensamientos.
Pensaba en su madre. Algo que no hacía nunca. Su madre no había sido más que un par de recuerdos tristes y dolorosos… hasta ayer. La recuerda sentada en un deprimente jardín, con los ojos vidriosos, la mirada perdida, y en silencio. Siempre en silencio. El mismo silencio con el que deshacían en el coche de la Hermana Julia, los pocos kilómetros de regreso al orfanato. Hasta aquel “no voy a volver más”, que no creía haber pronunciado en voz alta, hasta oír la réplica cantarina de la monja “pero chiquita, tu madre está malita y necesita…”, “mi madre no está mala, mi madre está loca”. Recuerda el estridente sonido del claxon del camión, que hizo que la Hermana Julia cambiase el rictus de asombro por el de miedo, y devolviese su atención a la carretera. El siguiente domingo pudo dormir hasta tarde, como el resto de sus compañeras.
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jueves, 4 de febrero de 2010

PASEOS

Me gusta pasear solo. Pasear sin destino, sin llegar a ninguna parte. Pasear y fumar. Pasear, fumar, y pensar. Pasear, fumar, pensar y sobretodo hablar, hablar mucho. Hablar con mi otro yo, con "el Listo" como yo lo llamo, con el que todo lo sabe. Sabe lo que va a pasar, lo que debo hacer, lo que debo decir... Aunque hay muchas veces que no le hago caso, y entonces pasa... "lo obvio" como él lo llama. Saco un cigarrillo, lo enciendo, empiezo a pasear y antes de echar el humo, ya le oigo decir -te lo dije, es que eres tonto Rafa, te lo dije, era obvio-. Y entonces saco humo y odio de mi pecho y pienso, "puto Listo de los cojones".
Ahora paseo más, fumo más, pienso más y hablo más. Porque también hablo con ella. Ahora sólo puedo hablar con ella paseando, solo... Y me gusta.
Sólo hago dos tipos de paseos. En círculos, y rectos, y siempre partiendo de mi casa. Con el Listo, en círculos; si quiero hablar mucho, pues círculos más amplios. Con ella, rectos; alejándome más y más de mi casa y de mi vida, intentando llegar donde podamos estar juntos otra vez, como antes, solos los dos, sin nada ni nadie más en el mundo, solos ella y yo. Pero no puedo, no llego... y regreso. No puedo... porque ella está muerta.
Sí, me gusta pasear. Y hablar. Ahora prefiero hablar con ella. Hablamos mucho. Hablamos de cuando ella estaba viva, de antes y después de conocerla, de ahora no, porque no quiero saber qué hace ahora... porque está muerta. Nos reímos mucho recordando nuestra vida, y siempre me regaña porque ahora fumo mucho y como poco.
Muchas veces después de un paseo recto, necesito uno en círculo -te lo dije, eres tonto Rafa. Era obvio- .El Listo siempre me dice que la olvide, que soy tonto, que siempre le tengo que ir a él con la pena, que haga con él como hago con los demás, que le finja a él también, que le diga que estoy bien, que no me importa que esté muerta, que le hable de otras que me quiero follar... como hago con los demás -eres tonto Rafa. Y además eres una nena-. El Listo no sabe que ahora tambien hablo con ella.
Me gusta mucho hablar con ella. Nos vamos alejando de mi casa poco a poco. Riendo, paseando, hablando... Pero siempre paro y regreso. Le digo que era la niña más bonita del mundo, que sólo necesitaba tenerla entre mis brazos para ser feliz, que me encantaba besarla, que quiero besarla ahora... -Rafa, estoy muerta-... Entonces paro, me doy la vuelta, y regreso.
Hoy también he necesitado un paseo en círculo después de uno recto -cómo que hablas con ella como hablas conmigo. Tú eres tonto Rafa, eres tonto y estás loco-. Puto Listo, qué sabrá él. Por qué tengo que olvidarla, me gusta pasear con ella. Y hablar -ayer la vi con otro... así que olvídala. Olvídala porque vas a acabar en un manicomio- Puto Listo de los cojones, quién es el loco aquí. Cómo va a verla con otro si está muerta. Yo la vi morir... poco a poco... hasta que ya no pudo más y se fue...
Ella está muerta, yo lo sé. Está muerta, está muerta, está muerta... y hoy me he jurado que intentaré no profanar su tumba.
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miércoles, 3 de febrero de 2010

PAVÉS. Capítulo 1

¿Una entrevista dice? ¿Y a santo de qué si puede saberse? ¿Después de tantos años? ¿Está seguro? Hmm. Qué raro. Años retirado sin echarme cuentas y ahora viene usted y me propone un reportaje. Perdone, pero todo esto me suena muy raro así que paso. Gracias por acordarse de uno y adiós muy buenas. Clong. Teléfono colgado. Que se busque otro. Yo ya estoy harto de hablar de mi carrera y que me recuerden lo poco que gané y lo mucho que la lié. ¿Éxitos? Muy escasos, la verdad. Se pueden contar con la palma de una mano, y sobran dedos. Dos para ser exactos. ¿Fracasos? ¿Escándalos? De esos tengo a puñados. Y tengo que reconocer que de algunos estoy bastante más orgulloso que de mis triunfos de etapa. Corrí como profesional nueve años, de principios del 79, en el que debuté en una Vuelta a Andalucía en la que me sentí como un niño con zapatos nuevos hasta el Tour del 88 del que me echaron por dopaje. El momento más triste de toda mi carrera y también el último. Vaya estampa. Perico en el podio de los Campos Elíseos convirtiéndose en el tercer español en ganar la ronda francesa y yo camino de mi casa, por la puerta de atrás, y con el rabo entre las piernas. Maldita testosterona de las narices. No era rápido, no era fuerte, y tampoco tenía resistencia. Para las cronos me faltaba concentración. Para todas. Para las cortas, para las largas, y sobretodo para las que se corrían por equipos. No me gustaban nada. Y de la alta montaña mejor ni hablar. Ni subía bien los puertos ni los bajaba con habilidad. Vamos, que de clase lo que se dice clase no es que estuviera muy sobrado pero en cambio de temperamento, de eso que los periodistas llaman carácter cuando en realidad quieren decir huevos, de eso sí que tenía para dar y regalar. Que yo habré sido un gregario de segunda fila al que las piernas no respondían casi nunca pero como se me cruzaran un buen día las bielas era capaz de dar una guerra que no veas. Ring de nuevo. ¿Será este tío otra vez? ¿Sí? ¿No se rinde usted? A ver, de qué quiere hablar. Le advierto que como insinúe algo de sacar trapos sucios lo mando a la mierda pero ya. Ah, que no es eso. ¿Y de qué se trata entonces?

Estamos a principios de junio del 96. Acaba de terminar un Giro de Italia extraño que arrancó en Atenas y que ha ganado Pavel Tonkov por delante de Enrico Zaina y de Abrahám Olano y que he seguido con bastante parsimonia por la tele. Me cuenta que en su periódico están preparando un especial para julio sobre la próxima edición del Tour de Francia en el que Indurain va a intentar hacer lo que nadie ha logrado aún en la historia. Ganar seis Tours, y además ganarlos seguidos. ¿Y qué tengo que ver yo con eso? Yo que me fui del Tour como un leproso y que no he vuelto a poner un pie en Francia desde mi expulsión. ¿Grandes gestas sin conseguir? ¿De qué me habla? ¿Me lo explica? Al principio no me entero muy bien de qué me habla así que me callo y dejo que me cuente de qué va el reportaje exactamente: logros que aún quedan por batir en el ciclismo español y de los hombres que han estado a punto de conseguirlos en el pasado. El motivo de llamarle a usted, me dice, no es ni su participación en el Tour, ni sus prácticas dopantes del pasado. Tampoco lo son ni sus peleas con otros corredores ni su despido fulminante de su equipo ciclista. El motivo es anterior a todo eso. Tiene que ver con los inicios de su carrera, cuando era un chaval y se quedó a las puertas de la victoria en la clásica más importante del calendario ciclista. Quiero que me cuente cómo vivió el Infierno del Norte. Cómo fue aquella Paris-Roubaix del 81 que tan cerca estuvo de ganar. Vaya, qué sorpresa. Esto no me lo esperaba. Parece que este tío va acabar hablando bien de mí después de todo. ¿Qué me dice? ¿Acepta? Estoy dispuesto a ir a su casa ahora mismo con un fotógrafo y realizarle una entrevista. ¿Qué contesta? Y entonces algo pasó en mi cabeza que se nubló por completo y se hizo el silencio. ¿Hola? ¿Sigue ahí? Ya no pude articular palabra. Mira que quise pero no pude. De haber podido hacerlo le habría dicho que encantado, que viniera a casa cuando quisiera, faltaría más, que tenía las puertas abiertas y que viniera con los fotógrafos que le diera la gana que aquí estaría yo preparándole té con pastas. Pero no pude. Tenía la mente en blanco. Hacía tanto de aquello. ¡Quince años ya! ¿Oiga? ¿Oiga? El tío siguió desgañitándose durante un buen rato sin resultado alguno. Dejé el teléfono en la mesa y me acerqué al escritorio del salón movido como por una fuerza superior. Llegué a la mesa a trompicones y casi sin darme cuenta me fijé en el pisapapeles que estaba en aquella misma mesa desde hacía quince años ya. Me acerqué mucho. Mucho. Allí estaba él y allí estaba yo. Frente a frente. Mirándonos. De un lado, yo, un ciclista retirado, viejo, y oxidado, sin ningún logro reseñable en su currículo; y del otro, él, un maldito, irregular, y sucio adoquín de carretera que una tarde lluviosa de primavera me traje del norte de Francia con un juramento bajo el brazo. La promesa de no poner un pie de nuevo sobre aquellos terribles adoquines. Pavés, dije. ¿Qué hay de nuevo, viejo?
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lunes, 1 de febrero de 2010

DIARIO DE UN AMIGO IMAGINARIO. Capítulo 1

Sentía los pies y las orejas heladas. Y le dolían. Sobretodo los pies, que estrenaban unas ridículas botitas de charol, inadecuadas para una fría mañana de invierno. Fijaba su mirada en un oscuro e interminable hueco abierto en un muro, en el que dos hombres se esforzaban en introducir una caja de madera. No le parecía el lugar más adecuado para descansar eternamente, pero no se atrevió a llevarle la contraria a la Hermana Julia. Notaba la presión de su huesuda mano sobre el hombro, y de vez en cuando la oía susurrar tu madre ya te observa desde el cielo. Había un hombre de espaldas al sol siguiendo la escena desde la distancia. No estaba triste, o no más de lo habitual, y trataba de parecer todo lo solemne y madura, que sus recién inaugurados seis años le permitían. Aunque a ella, todo este proceso, le recordaba a cuando no te atreves a deshacerte de unos queridos zapatos viejos, y los entierras al fondo del armario, en una caja que no les pertenece. Leer más...